viernes, 26 de marzo de 2010

ABRIL DE 1979


"En realidad la verdadera amistad consiste en comprender hasta lo incomprensible y en perdonarlo todo ..... aunque Joda"

Alfredo Bryce Echeñique en "No me esperen en abril" - 1995

 
Hace 20 años en abril de 1979 el zigzagueante destino me hizo conocer a un grupo de niños; aún recuerdo aquel día de abril, vestido con zapatos negros, pantalón y medias grises, camisa manga corta blanca y con un bolsillo en el lado izquierdo del pecho del cual pendía un plástico en colores rojo, blanco y verde con contorno dorado al que llamaban "la insignia". Es increíble cómo a veces ciertos símbolos inexorablemente se impregnan en la mente y corazón del ser humano.

Aquel día, mi madre me dejó - una vez más en un jardín- antes lo había hecho cruelmente, cuando cumplí tres años,  tirándo más moco que una magdalena por una semana, hasta que la voz agradable de mi maestra me acariciaba el oído calmándome, a la vez que pude inocentemente vislumbrar dos pechos hermosos que me agradaban aún cuando no estuvieren llenos de leche.

En aquella ocasión fue diferente;  tenía ya casi un lustro de edad, había crecido, sintiéndome en confianza al encontrarme con otros niños del nido anterior en el que estudié. Este colegio a mis ojos era una inmensa mole de cemento y lo confieso, entré con cierto desasosiego, pues a mis padres les pedí me matricularán en uno llamado “San José” porque tenía una gran banda y hartos alumnos, pero mi madre me dijo que este tenía al mejor coro de villancicos del Perú y supo con sabiduría sortear mis caprichos, a Dios gracias.

Habían niños más grandes en el pabellón al cual se accedía desde la puerta metálica de la calle Arica, siendo bien recibidos por un sacerdote español de rostro rosáceo, agradable voz, pullover gris y cuyo apellido me sonó a “mango” o algo así; a su lado lo escoltaba una auxiliar de lentes, cabello ondulado, voz sonora y respondía a un nombre similar al viejo Cine “Elba” de Leonardo Ortiz, ya desaparecido. Esta mujer no hacía más que hacer sonar un silbato llamando la atención a los alumnos a viva voz y en verdad la respetaban. Ahora que recuerdo, en esos recreos, corríamos como una jauría de cachorros, pero al oir el silbato de esta entrañable feminazi nos quedábamos impávidos y asustadizos. Hoy ella es una leyenda viviente en aquella escuela.

Ese primer día de clase en el Colegio Particular Manuel Pardo fue inolvidable, algunos niños como yo no hacían más que mirarse unos a otros e intentar conversar, sólo un par lloraba y la mayoría, para ser sincero, no hacía más que joder y joder. Mi aula era la del fondo del pabellón de inicial y no tenía esas denominaciones acabronadas y putonas como “Los pollitos” o “Los Poncianos”, simplemente era la Sección “B” de un liceo en donde se formaban futuros ciudadanos a prueba de todo y tenía que ser así, para vivir en un país que culminaba un proceso de involución más que de  evolución y en la ceremonia inaugural de la plataforma donde convergían dos escaleras del patio de honor,  había un sujeto vestido de militar que vociferaba sólo dos palabras que escucharía los doce años restantes que estudie ahí:  “atención” y “descanso” frente al desconcierto pueril de los miembros del pabellón de inicial. También me di cuenta que mucho más allá de nosotros habían sujetos inmensos, de voz gruesa, que al oir esas palabras levantaban polvo con sus pies al contrasuelo: eran los de la Promoción, quienes se reían de nosotros, nos señalaban y miraban como insectos o bichos raros .

Las aulas A y C vecinas estaban  dirigidas cada una por las docentes Rosa (QEPD) y Nelly; supongo sin lugar a dudas que estas damas tuvieron en sus venas la sangre de Job, dada  la tremenda paciencia y responsabilidad que tuvieron para controlar caprichos, arrebatos, pleitos y toda clase de hedor flatulento de mis compañeros y mío claro está; lo cierto es que Rosa, Juanita y Nelly serán por siempre nuestras primeras y adorables profesoras del Manuel Pardo. “Señoritas” las de antes carajo.

Nuestro recreo empezaba  antes que el de lo “grandes” y al culminar sonaba ese timbre que daba inicio al de los mayores, al que sucedía una fuerza telúrica que sacudía el pabellón de primaria,  pues la caterva de estudiantes al galope salía de sus aulas para dar rienda suelta a su energía y jugar bajo la certera mirada de lince con disonante silbato de la temible auxiliar con nombre de cine; era el momento en el que mis nuevos amigos  y yo huíamos a nuestra aula bajo la recomendación de las docentes, pues de aquellos niños se esperaba desde una cruel burla hasta una patada en nuestras inocentes bolitas. Ellos eran los grandes, los de primaria, nosotros los enanos de inicial, la utilma rueda del coche y renacuajos que jugábamos a ser “El hombre se acero” o un tripulante de “Viaje a las estrellas”.

Llenos de sudor ya en el aula entablé conversación con algunos niños: ¿Cómo te llamas? ¿Tu eres del Cosome no? Me llamo, esteeeee me llamo "Zorrilla" (no me gustaba Quirino que era el nombre de mi abuelo por línea materna) ...Entonces sucedió algo, empezó algo y por ello ahora entiendo porqué la gran mayoría de mis amigos del colegio me dice “Zorro” y no "Quirino", concluyendo que no es posible olvidar a cada uno de ellos pues donde estén serán por siempre mis hermanos “manuelpardinos”, es lo que la vida me ha legado como gran tesoro que brilla intensamente.

Ese año "I Will Survive" de Gloria Gaynor ocupó el puesto número 9 del Top 100 Billboard y se cumplían 100 años de la Guerra del Pacífico, recuerdan ese albúm?